En mi vida he vivido momentos en verdad peligrosos, en los que mi integridad física ha estado a punto de volar (literalmente), por los aires, y es que mi trabajo desactivando artefactos explosivos hace que mi actividad laboral sea una de las más arriesgadas que existen, pero de algo tengo que vivir, y aunque reconozco que estoy muy bien pagado, eso no compensa de ninguna forma posible que un (mal) día mi cuerpo salte en pedazos por los aires y aterrice en el suelo como un confeti de picadillo de carne humana. ¡Perdonen ustedes que sea tan contundente, pero así es!

Por eso me tengo que armar (más bien blindar) de todo el valor que soy capaz de acumular, cada vez que mis servicios son requeridos para cortar los cables (¿rojo, amarillo, verde, maldita sea, cuál será?), que impidan el estallido de la bomba colocada por un malnacido terrorista o por el tarado de turno, en nombre de cualquier acto reivindicativo de mierda, y en un lugar estratégico para causar la mayor cantidad posible de víctimas (para que luego se quejen algunos funcionarios que les aburre su trabajo, porque tienen que pasar ocho horas tocándose los huevos y con el sueldo garantizado de por vida, a esos los mandaba yo a cortar cables, para que se les pusieran los cojones de corbata, y no se volvieran a quejar en su puta vida).

Y cuando esto sucede, ahí estoy yo encomendándome a todas las Vírgenes y Santos que conozco (aunque no soy devoto en exceso, pero en esos momentos pienso que cualquier ayuda extra siempre viene bien), para que la bomba manipulada no sea la última, y si es así, espero que la onda expansiva me catapulte directo al paraíso (tampoco creo mucho en él, pero vaya usted a saber, si tengo que volar, que sea al mejor lugar posible).

De lo que estoy seguro, es que si al final acabo viajando, es decir, saltando por los aires, espero que el desplazamiento además de gratuito (lo que viene siendo en el lenguaje habitual en el mundo del transporte, seré un paquete a porte pagado ), sea rápido, para que el cambio de dimensión espacial sea para mí algo imperceptible.

"El solitario inquilino del búnker" (2019). Autor: Fran Laviada.