¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Emiro Vera Suárez escriba una noticia?
Ya en sus libros de historia intelectual, autores como François Furet, Michel Winok, Michel Walzer o Marc Lilla han mostrado cómo, en la historia contemporánea, la exaltación no ha sido exclusiva de los tiranos o las masas
La Tecla Fértil
En su famoso libro La marcha de la locura, Barbara W. Tuchman habla de la insensatez como política de Estado e ilustra algunos momentos de la historia en que los gobernantes, obnubilados por su poder o su necedad, atentan contra su propio interés y el de su pueblo. Sin embargo, la irracionalidad no solo afecta a gobernantes y masas enervadas y, a menudo, quienes se supone ejercen la vocación de la crítica y deberían representar un contrapeso, es decir los artistas, los intelectuales y los científicos, también han sido presas del arrebato.
Ya en sus libros de historia intelectual, autores como François Furet, Michel Winok, Michel Walzer o Marc Lilla han mostrado cómo, en la historia contemporánea, la exaltación no ha sido exclusiva de los tiranos o las masas y muchos de los intelectuales más renombrados han adoptado las causas más abyectas o los radicalismos más irresponsables. Por ejemplo, en Francia, en vísperas de la Primera Guerra Mundial se dio una antinatural confluencia entre el nacionalismo más reaccionario con los sectores progresistas de izquierda (que veían en el conflicto contra Alemania una guerra civilizadora) y gran parte de la intelectualidad, incluyendo mentes tan brillantes como el filósofo Henri Bergson o el matemático Henri Poincaré, mostró insólitos afanes belicistas.
Igualmente, en los años treinta y cuarenta el abanico de intelectuales férvidos y ofuscados es amplísimo y va desde el celo comunista de Louis Aragón, el delirio fascista de Ezra Pound, la militancia nazista de Pierre Drieu la Rochelle o el franquismo, literalmente fratricida, de Manuel Machado. Escolios ¿Qué hacer con los malditos? Sin perdón Cada “caso” individual es complejo; sin embargo, de manera general acaso la elección de los extremismos se debe a que la prudencia y la sensatez son casi siempre anti climáticas, mientras que las opciones más audaces y arrojadas generan una fuerte dosis de adrenalina y protagonismo a la que muchas inteligencias se vuelven adictas. Aunque es difícil pensar que previeran sus excesos, todos los que apoyaron las ideologías extremas de la primera mitad del siglo, sabían que esos movimientos políticos albergaban, junto con sus promesas, riesgos inminentes. Sin embargo, estas opciones les parecían preferibles a lo que consideraban una democracia disfuncional y un individualismo miope.
Laberinto Por eso, frente a lo aburrido del realismo y el equilibrio analítico, elevaron su apuesta y escogieron el afrodisiaco de la utopía. Lo cierto es que, frente a los hechizos colectivos, los intelectuales que, en su momento, expresaron sus reticencias (Romain Rolland, André Gide, Albert Camus, Raymond Aron, por mencionar algunos) fueron una minoría. Ahora que en el mundo se extiende el desencanto de las instituciones de la democracia y la seducción carismática, conviene reforzar los anticuerpos intelectuales y recordar que, aun las inteligencias más poderosas y mejor intencionadas son vulnerables y pueden abrazar los prejuicios y desmesuras que deberían analizar y criticar.
Resulta contra natura toda política orientada a impedir la migración. La actual caravana de hondureños, en su gran mayoría, no es sino la punta del iceberg. Afirma Attali: “se producirán grandes emigraciones: de China a Siberia, de Indonesia a Malasia y Tailandia, de África central a África austral o el norte de África, de Irak a Turquía y de Guatemala a México. Tanto los pobres como las élites del sur seguirán viajando al mundo desarrollado, EEUU y Europa. EEUU seguirá siendo el país más preparado para aceptar esa inmigración, las élites hispanas, afroamericanas y asiáticas le darán aún más fuerza”.
Jaques Attali dice en Breve historia del futuro, la historia de la humanidad es la migración. Además de su condición racista, la política de Donald Trump contra los migrantes, en primer lugar, los mexicanos, no hay que olvidarlo, es una estupidez.
Ningún muro, ni una militarización de su frontera con México, mucho menos convertir al Estado mexicano en el encargado de realizar las tareas de contención de los migrantes del Triángulo Centroamericano, mediante el establecimiento de una patrulla fronteriza integrada por tropas mexicanas, tampoco las medidas “legales” de negación de papeles de cualquier tipo a los migrantes; nada de eso impedirá el fenómeno creciente de la migración en todo el planeta.
La democracia centroamericana y latina han buscado todo tipo de remedios a la falta de rendición de cuentas. Por algún motivo nadie ha propuesto que la democratización mexicana debió empezar por la vida interna de los partidos. Reciben miles de millones de pesos del presupuesto público. Los impuestos de usted y los míos. ¿No debería exigirse a cambio un comprobante de democracia interna? Los partidos son la figura más detestada del sistema político, pero si los abandonamos, la alternativa son caudillos y líderes demagógicos sin compromisos institucionales. Vaya que se necesita condición para ser un migrante: un corazón fuerte, una fe que rompe barreras, un “todo va estar bien”, frase que repiten como mantra a sus hijos mientras dentro del pecho sienten un chorro de lágrimas que los atraviesa. Se necesitan espaldas fuertes para cargar sus pertenencias, para llevar en hombros a sus pequeños, agilidad para trepar cercas, lanzarse a un río o el mar y nadar o mínimo saber flotar; se necesita una piel gruesa para soportar tanto frío como el calor extremo, unas piernas que sin experiencia caminan por necesidad horas, o un estómago que pueda funcionar con poco alimento y agua.
Los migrantes miran en sus teléfonos las fotos de la familia que han dejado o en la cartera llevan junto a sus oraciones y un poco de dinero una foto de quienes aman; esos migrantes de sonrisa desgastada que lo único que quieren es trabajo, una tierra firme donde renacer y sobre todo anhelan dejar de ser llamados migrantes necesitan pertenecer, ser parte de. Un territorio.
La única arma de Monseñor Romero era su palabra
Donald Trump los califica de criminales, cuando son atletas de fe y resistencia no tienen comparación con el presidente de EU, pero en estos días México comenzó a vivir en el sur parte de lo que reclama en el norte, vaya prueba, #Lacaravanamigrante viene de tránsito a nuestro país, pero habrá quienes decidan quedarse. Ha sido la gente quienes se han acercado a ellos con alimentos, agua, palabras de aliento, pero también ha habido frases racistas de muchos que a la distancia los ven como si fueran la peste, y el doble discurso, aquí en México, no tiene cabida.
Se calcula que hay 244 millones de migrantes en el mundo, ¿cuántos países se podrían crear? Cifras de la ONU reportan que EU es la nación que más migrantes recibe, sobrepasa los 46 millones. Países como el nuestro donde hay una democracia no tiene oportunidades, salarios más justos, razón por la que paisanos nuestros han huido al norte. Lo mismo sucede en Honduras; la otra cara son dictaduras como Nicaragua, Venezuela y los países vecinos que se han visto obligados a atender el problema de migración que los ha rebasado, ahí está Colombia, y Brasil; se necesitan derrocar las dictaduras, ésas son el principal cáncer de la migración, pero también se necesita más educación y oportunidades de trabajo en donde hay democracias como la nuestra, ahí está la ecuación.
El peor enemigo de las dictaduras es la iglesia católica y evangélica, en la que el pueblo se aferra, es la cruz que les protege, es el templo dentro del que sienten que es un lugar seguro para ellos, es el persignarse antes de salir a las calles porque no se sabe si regresarán con vida, son madres que tienen en casa veladoras en las cuales depositan sus angustias; el deseo es simple que regrese la paz.
Así se han vivido por décadas en momentos en que las dictaduras han roto pueblos de nuestra América: Argentina, Chile, Cuba, El Salvador, Venezuela y Nicaragua… por desgracia hay más.
En Argentina, durante la dictadura de Jorge Videla en la década de los 70, hubo un jesuita que protegió y salvó vidas de estudiantes, sacerdotes, creyentes y no creyentes. Se trata de Jorge Mario Bergoglio, hoy el papa Francisco, él sabe lo que significa, a lo que huele y las huellas que deja una dictadura.
Hace unos días fue elevado a los altares San Oscar Arnulfo Romero: Esto cobra mayor relevancia por lo que se vive en Venezuela y Nicaragua: amenazas, represiones, allanamientos, asesinatos.
Y se convirtió en su sentencia de muerte; un día antes, durante su homilía, defendió al pueblo: “En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo (…) les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: que cese la represión”. Al otro día fue asesinado por un paramilitar. Era marzo de 1980, mataron al hombre mas no a su pensamiento.
Casi 40 años después en Nicaragua y Venezuela la guerra es frontal, Daniel Ortega ha culpado a los obispos de su país “de ser parte de un plan golpista para derrocarlo”. Simpatizantes del dictador nicaragüense han llamado “asesinos” a curas, mientras que Nicolás Maduro ha calificado a sacerdotes como “diablos con sotana”. Así el nivel de estos hombres que han roto la mediación de la Iglesia que al igual que San Oscar Romero defienden a sus pueblos. Las redes sociales al final han sido una aliada para la Iglesia para que las injusticias se conozcan.
Uno de los críticos más fuertes del dictador Ortega en Nicaragua es el obispo auxiliar de la arquidiócesis de Managua, Silvio José Báez. “Un auténtico pastor de la Iglesia católica nunca estará con los verdugos siempre estará con las víctimas”.